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Procesos. Oneliners.

PACHUCA SOTOMAYOR Y ÁLVARO SOTOMAYOR

 

COMISARIADO DE LAURA JIMÉNEZ IZQUIERDO

Exposición física en:

Sala de Exposiciones del Colegio Oficial de Arquitectos Vasco Navarro de Bilbao, Bizkaia.

Del 20 de octubre al 30 de noviembre.

En uno de aquellos días en los que una tormenta de habilidades, genialidades y creatividad cayó sobre la faz de la Tierra, la familia Sotomayor tuvo que empaparse de la cabeza a los pies. En esta ocasión tenemos la suerte de poder ver algunos de los restos creativos de esa lluvia: la obra de los artistas y hermanos Pachuca Sotomayor y Álvaro Sotomayor.

No fue una lluvia de talentos descompensada, más bien una educación artística y vital envidiable y admirable que tuvo lugar en el hogar de los Sotomayor. Esta educación sin duda va de la mano de un talento innato de estos dos hermanos para poder expresar ese huracán de ideas, ingenio e imaginación que tienen que tener en sus cabezas.

Conociendo desde hace ya dos años ese poder creativo y buen corazón de Pachuca, estoy deseando conocer los de Álvaro más a fondo. Seguro que me deparan muchas conversaciones e intercambios interesantes.

Siendo la obra de los dos hermanos muy distinta formalmente, comparten ese toque de delicadeza y elegancia en el que convergen ciertos elementos que aportan cada uno de ellos.

Pachuca trae el color, la textura, lo táctil. Álvaro la simpleza de la línea, lo plano, lo elemental. Ella la abstracción. Él la figuración. Aunque vemos como estos dos aspectos son perfecta y casi necesariamente combinables. Uno se puede perder en ese ritmo de líneas de Álvaro al igual que lo hace en las texturas de Pachuca. También puede encontrar en los universos de Pachuca figuraciones lineales interconectadas como si de la teoría de cuerdas se tratara al igual que lo hacen los “oneliner” de Álvaro.

Y resulta que los dos bailan. Álvaro para llevar sus “oneliners” a esculturas con ese robot de tres dimensiones tan impresionante, casi sacado de la ciencia ficción. Pachuca para comunicarse con sus procesos. Y ambos lo hacen habiendo hallado ese arduo punto medio, ese equilibrio armónico en sus viajes y en el destino de su obra.

Por caminos totalmente distintos, los dos hermanos acaban hablando de emociones, de emociones humanas colectivas. Álvaro de la interconexión de todas ellas como un uno. Pachuca de esa telaraña emotiva que conecta el mundo interno de la artista con el del espectador.

Dos viajes por ese complejo universo de emociones en el que tanto Pachuca como Álvaro nos invitan a participar y a perdernos en él para encontrar nuestro propio mensaje dentro de la delicadeza y desmesura de su obra.

PROCESOS.

PACHUCA SOTOMAYOR

Cumpliendo ya dos años desde que el destino o la serendipia quisieron ponerme en contacto con Pachuca Sotomayor (Bilbao, 1962) y tras muchas enriquecedoras e interesantes reuniones y conversaciones, nos volvemos a encontrar compartiendo paredes.  Ella con sus grandes lienzos cargados de fuerza y emociones, yo le acompaño con mis palabras. La última ocasión en la que sus pinceladas y mis letras bailaron juntas fue en Soria, mi tierra natal.  Ahora hemos viajado a Bilbao, tierra que vio nacer el talento creativo de Pachuca, y quien la recibe de nuevo con los brazos, ojos y oídos abiertos, para acoger, ver y escuchar todo lo que la artista tiene que contarle.

Los Procesos de Pachuca han continuado evolucionando en estos dos años,  conservando ese carácter sinestésico de los colores, las formas, los sentidos, los sentimientos, la delicadeza de su informalismo y  la estética del azar tan acompasado y musical con el que bailan todos sus cuadros.

La eufonía y la apacible convulsión de su obra cuentan entre susurros ese baile que practica con sus cuadros y esa costura de la que habla la propia artista, que la lleva a un viaje creativo tejido de emociones en el que reconecta con ella misma y con el mundo:

 

“Y en ese trabajo de tejer despacio, con conciencia de ser, sin prisas, sin juicio,

admirando, sin querer estar en ningún otro lugar, sin querer ser ninguna otra cosa, emocionada ante

lo que se teje entre mis manos, me reconecto con mi ser esencial.  Con lo que siempre fue y siempre será.

Con ese lugar que todo lo contiene, donde todo es.

Y recuerdas. Y sonríes. Y pintas. Estás en casa.”

 

Observando a Pachuca bailar en torno a sus lienzos sobre el suelo  de su estudio, donde riega con ritmo y delicadeza el agua y la savia que le piden en ese diálogo continuo, me vienen a la cabeza las fotografías de la artista americana Helen Frankenthaler, quien dio un uso al famoso dripping pollockiano mucho más delicado. En estos Procesos de Pachuca seguimos observando como la artista bebe de la fuente del informalismo español, del arroyo de la pintura sinestésica de Kandinsky o del caudal del expresionismo abstracto americano.

Esta conversación que Pachuca mantiene con sus Procesos no es solo un baile, sino una batalla entre la contención y el caos, entre lo predecible y lo impredecible; consiguiendo siempre ese equilibrio y armonía de cargas, texturas y colores.  Arenas que vuelven a encontrarse tras haber sido separadas por océanos y se tiñen de bermellones, carmines o negros marfiles. Figuras geométricas donde predominan los triángulos y las flechas, indicando quizás algún camino o quizás solo cabriolando en distintas direcciones para adentrarnos con la artista en el mundo de lo simbólico.

“Cada lienzo es un viaje propio” decía Frankenthaler, y para mí los últimos viajes y lienzos me sugieren una Pachuca más mediterraneus, en el centro de las tierras.  Unos azules índigos y terracotas claros que parecen calmados y que llaman en cierto modo a la quietud de las olas.  Una descarga de ciertos elementos y texturas por los que va desahogando a sus cuadros de exceso,  alcanzando un punto de equilibrio entre una impetuosa tempestad y un apacible rocío.

Pachuca estudia cada vez más en profundidad el universo de las emociones y su relación con el color, el arte y el ser humano. Cómo cada una de las más de trescientas emociones que podemos llegar a sentir y percibir está interrelacionada en una estructura que nos ayuda a entender el comportamiento humano. Cómo cada una de esas emociones está relacionada también con un color y con una intensidad.  La artista viaja por este universo de una emoción a otra por el espectro emotivo, de un tono a otro por el espectro cromático,  aportando a sus cuadros ese conocimiento, comprendiendo la grandeza intrínseca en cada pequeña creación, encontrando el centro en el caos.  

Es su manera de expresarse con el mundo de una manera recíproca, invitando al espectador a experimentar ese viaje sinestésico, a introducirse en su cosmos donde crea un concierto de poderosas urdimbres, de delicadas líneas enredadas cual hiedras, de una inocua tempestad cromática.

Vengan dispuestos a escuchar y a sentir esa espontaneidad, lirismo y vitalismo de los lienzos abstractos de Pachuca, súmense al viaje por su universo de emociones o si lo prefieren creen su propio itinerario.  Esperamos que disfruten del viaje.  

ONELINERS.

ÁLVARO SOTOMAYOR

La obra artística de Álvaro Sotomayor (Málaga, 1970) es multidisciplinar, a la par que extensa, diversa y sutil.  No podría esperarse otra cosa de alguien con más de veinte años de experiencia como director creativo.  Álvaro vive en un estado de creación constante en el que su periodo de gestación de ideas e inventiva parece ir más veloz que la luz.  Es capaz de adaptar toda su galaxia imaginativa a cualquier medio y mantener ese tono ingenioso y elegante que le caracteriza.

En esta ocasión, Álvaro Sotomayor nos ha traído desde Ámsterdam sus “oneliners” enmarcados en lo que el artista define como un estilo “circulista”. Unos dibujos que, como su propio nombre indica, se componen únicamente por una línea de tinta. Una línea que sin levantarse del papel expresa todo la intención de un solo trazo. Una línea primera, de bosquejo, definitiva, última e única; todo a la vez.  Admirador de su eximio conterráneo Pablo Picasso, Álvaro bebe del cubismo e instituye el circulismo como una evolución basada en el fluir y la interconexión. En palabras del artista:

 

“Donde tu terminas yo comienzo y viceversa.  Todos estamos unidos.”

 

Pero Álvaro, como buen director creativo, sabe que los dibujos al trazo no son sino, como diría Matisse “la traducción directa y más pura de sus emociones”.

 

Hay en concreto una parte del trabajo de Álvaro, su gran serie Saudade, que aunque formalmente recuerde unas eses a caballo entre lo picassiano y lo matissiano, conceptualmente transporta a ese desgarrador expresionismo de Giacometti.  En esta singular serie de Lo Colectivo, compuesta por un mural de 11 metros de largo por 4 metros de ancho, Álvaro representa a la humanidad y todas sus emociones.  Una obra donde todo está conectado mediante la línea, una masa humana perdida en una embarcación en el medio del océano, como La Balsa de la Medusa de Géricault. Unas oraciones, abrazos, condolencias o simples conversaciones que muestran las variaciones en las emociones del ser humano unidas y conectadas.  Esa Saudade portuguesa tan difícil de definir que José Luis Varela determinaba como “la búsqueda de un objeto desconocido que se siente necesario” y que quizás podría definir este profundo trabajo de indagación del artista en el gran alma que todos compartimos.

Álvaro expone cómo la historia del medio es tan importante como la forma que toma.  Lo importante no es el destino, es el viaje.  Todos estos dibujos y bocetos se convierten en un viaje de búsqueda, de indagación en el conocimiento de lo esencial y profundo del ser humano con un destino final donde se invita al observador a reconocer en la obra sus propias emociones.

De todas formas, no debemos olvidar que muchos de estos dibujos de Álvaro, considerándolos obra en sí, son también diseño para ser transformados en escultura. Una selección de estas líneas de tinta sobre papel han sido tridimensionalizadas en elegantes esculturas “oneliner” en bronce, de gran brío y mucha desenvoltura, parecidas en cierto modo a las esculturas estables de alambre de Alexander Calder.

Ojalá sea este texto también un “oneliner” que interconecte el significado y fluya tan delicadamente por los ojos, oídos y corazones de aquellos que lo reciban. Que donde empieza uno, acaba el otro, como un giro de búsqueda sobre nosotros mismos, como un viaje a través de un solo trazo de tinta. Que al igual que los dibujos de Álvaro Sotomayor, nos recuerde aquellas emociones humanas compartidas: amor, ira, alegría, felicidad, tristeza, miedo, saudade... Que sea al menos la mitad de rotundo, delicado y elegante que el trabajo de Álvaro Sotomayor y que lo haga de un solo trazo, con una línea de palabras.

 

Laura Jiménez Izquierdo

Julio 2017

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