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Si me pidieran la receta secreta que sigue Silvia Grav (Vizcaya, 1993) para lograr sus enigmáticas fotografías, creo que sería imposible conseguirla y describirla. También creo que en caso de conseguirla, el que intente imitarla caería en un absoluto descalabro. Ya que la genialidad y elegancia con la que la fotógrafa resuelve cada una de sus piezas y el velo que las envuelve (y con ellas al espectador, aun viéndolas a través de una pantalla) me parecen inimitables.

 

Con una mezcla de varias cucharadas de realidad y unas gotas de ensoñación, conjuga dos mundos que colindan en esa atmósfera silenciosa en la que parece respirarse el aura penetrante y duradera de la que hablaba Walter Benjamin. Un acercamiento a ese “aquello en la lejanía”, a un algo que nos parece pasado, que debería estar oculto, que desprende algo arcano y oscuro.

 

La monocromía de sus fotografías junto a unos versos de la poesía más inquietante nos arrastran al fotograma del momento más álgido del cine expresionista alemán de los años 20 de Fritz Lang o F. W. Murnau. Gritos que parecen ahogados, miradas que parecen perdidas, lágrimas y ojeras congeladas, heridas y sangre sugeridas en un tenue fulgor. Casi parece que Grav ha encontrado una paz alarmante dentro de la Psicosis de Alfred Hitchcock.

 

 

Aquella melancólica receta.

SILVIA GRAV

COMISARIADO DE LAURA JIMÉNEZ IZQUIERDO

Es ese universo onírico de la artista junto a unas cucharaditas de melancolía lo que recuerda a esa turbadora tendencia romántica de las fotografías de Francesca Woodman que tanto confesaba odiar la joven artista norteamericana. Cuerpos que desaparecen retorciéndose en borrosas sombras, galaxias que atraviesan corazones, penumbras que persiguen a los personajes en una imagen algo velada y que parece que hemos sacado del baúl más escondido del recóndito desván de la casa de Rebeca en Manderley. Espacios privados desolados, muchos abandonados, que nos llevan a un mundo pasado en el que se respira polvo, un aire viejo. Es curioso como todo aquello pasado, que no puede volver, nos atrae y obsesiona. Grav enfatiza este aspecto de la fotografía: esa melancolía y deseo por lo imposible de volver a vivir.

 

“Con la creciente aceleración del cambio histórico, el pasado mismo

se ha convertido en el tema más surreal, posibilitando, como afirmó Benjamin,

ver una belleza nueva en lo que desaparece”.

Susan Sontag, Sobre la Fotografía, 1975.                                     

 

Protagonista de la mayor parte de sus fotos, Silvia Grav parece un fantasma poético, una dulce e intrigante joven enfermiza que parece necesitar ayuda pero que desea la soledad. No es una obra autobiográfica y diarística, sino que recoge inspiración de su propia vida y sus circunstancias como materia sobre la que trabajar para crear una imagen que cuenta otras cosas. Consigue así drama, misterio y algo de ciencia ficción en un espeluznante sueño del cual no sabemos si querer despertar.

 

Un sueño sobre el holocausto, como titula a alguna de sus fotografías. No habla únicamente del Holocausto Nazi que tanto le ha atraído y obsesionado desde pequeña a la artista, sino de la crueldad y la perversión en general. De todo aquello a lo que desalmada e inexplicablemente puede llegar el ser humano. Así lo explica la propia artista:

 

“Todo aquello que no puedo entender me persigue y obsesiona terriblemente”.

 

Un sueño de tristeza, de sentirse al igual que Woodman “un sedimento muy viejo en una taza de café”. Una incomprensible tendencia a la fatalidad que da ese aire de dolor y desamparo a sus protagonistas. Un desamparo que bien pudo sentir Gregor Samsa en La Metamorfosis de Kafka. Un pobre insecto diferente incomprendido por una sociedad que parece caminar sin sentir empatía alguna por aquel que pasa a su vera. Y también Grav sufre su propia metamorfosis.

 

Vemos una tímida e insegura joven recostada en su colchón, encogida y abrazándose a sí misma junto a unas hojas de un rosal. El fuerte contraste entre luces y sombras de su delgada espalda nos llama a despertar a la doliente y bella durmiente. Pero al despertarla, se da la vuelta una escalofriante Dafne, a la que los brotes y espinas del rosal parecen haber carcomido y dominado. Tras la máscara, nos mira en la lejanía, entendiendo el rechazo que produce y la impotencia por no poder cambiar su condición.

Muy kafkiano, muy dantesco. Con incontables influencias como los fugaces desvanecimientos congelados del futurismo vanguardista de Anton Giulio Bragaglia o la fotografía onírica y conceptual de Duane Michals. E incluso me la imagino posando como otra musa de Picasso en su ático parisino, ya que sus fotografías tienen el mismo encanto y elegancia surrealista de Lee Miller y Dora Mar.

 

La receta de Silvia Grav podría acompañar a una escalofriante historia de terror contada en una noche de verano junto a una hoguera, y, también –aunque parezca algo discordante–, a las melancólicas composiciones de acordeón, piano y violín de Yan Tiersen.

 

Así que, lejos de intentar imitar su fórmula, dejemos que ella siga cocinando, que siga llenando con sus imágenes los vacíos que dejan las palabras, y disfrutemos con un buen vino de ese mundo onírico al que nos invita a entrar.

 

Laura Jiménez Izquierdo

Abril de 2016.

Biografía:

 

Vasca de nacimiento, Silvia Grav (Vizcaya, 1993) ha pasado varios años viviendo en Málaga y en Madrid. Habiendo cursado el bachillerato artístico, se inició en Bellas Artes, estudios que abandonó por verse limitada en cuanto a creación artística. En 2014 es seleccionada como uno de de los mejores talentos de menos de 20 años por Flickr en "20under20", lo que le lleva a exponer en grupo en la Milk Gallery de Nueva York y a trasladarse después a vivir a Los Ángeles. Mostrando un talento arrollador a tan temprana edad ha expuesto a nivel individual en la galería Belaza de Bilbao, la galería Tache de Barcelona o en el Espacio Líquido de Gijón y a nivel colectivo en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en la exposición 'Femme fatale: del encanto a la perversión' en Málaga, 'Animales' en León, en Malagagorée en Senegal, o en la ya nombrada Milk Gallery de Nueva York . Actualmente vive y trabaja en Los Ángeles.

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