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Exposición

Todo lo que baña la luz

JUDITH LOPEZ BOROBIO

COMISARIADO DE NORMA BLANCO.

La obra de Judith López Borobio (Soria, 1986) surge de un diálogo sutil entre naturaleza y arquitectura. Imágenes superpuestas de ambos mundos en gamas pasteles, oscilando desde los azules a los verdes, como reflejos fugaces en unos cristales, nos muestran visiones contrapuestas de todo aquello que nos rodea, de todo aquello que observamos. La arquitectura señala la contundencia, lo seguro, lo firme. La naturaleza anuncia lo etéreo, lo sano, lo onírico.  Juntos muestran una sensibilidad y equilibrio propios de quien sabe poner en el punto de mira las pequeñas cosas que, no en vano, siempre son las más importantes.
 
Este equilibrio resultante puede escindirse en dos bloques: el temático y el técnico, que ya de por sí suponen una dicotomía entre las intenciones y el modo de llevarlas a cabo. Sin embargo, en la obra de Judith López Borobio se conjugan para apostar por lo armónico y lo complementario.
 
En primer lugar, el equilibrio temático se constituye a través de la conjugación de imágenes relativas a lo urbano, al edificio, a la piedra, junto con imágenes relativas a lo rural, al árbol, al paisaje.
 
Imágenes antagónicas que, fusionadas, nos regalan obras abstractas, creadas a partir de lo ya existente y dando como resultado una obra híbrida.
 
Esta fusión temática nos acerca a un entendimiento entre el espacio urbano y el espacio natural pero a la vez, también con un marcado aire autobiográfico, nos habla de cómo entiende la autora los mismos. Los espacios elegidos como urbanos no representan nunca edificios reconocibles, propios de una guía de viajes, aquellos que podamos identificar fácilmente, sino que buscan cierto tipo de complejidad y complicidad con el observador atento, que camina y disfruta en la ciudad, que levanta sus ojos del suelo o incluso alza su vista al cielo, observando los detalles, las imperfecciones, los leves matices o anécdotas de la arquitectura urbana.
 
Por otro lado, el fotografiar elementos naturales como puedan ser árboles, piedras, raíces, cortezas o tallos indica la procedencia de la artista, el hábitat que la ha rodeado desde siempre, el apego por el bosque, por la calma, por lo prístino, por el hogar.
 
En segundo lugar el equilibrio técnico también participa de esa rivalidad complementaria que impregna esta muestra expositiva al mezclar dos técnicas antagónicas como son las tecnológicas (fotografía) y las manuales (grabado).

 

La primera actuará a su vez como cuaderno de apuntes, contenedor de ideas. Multitud de instantáneas recogerán lo que el ojo ve, o mostrarán lo que para el ojo pasa ______________

desapercibido. Se postula entonces como un método rápido, certero, que permite volver al recuerdo, como albergador de detalles que permite detenerse, mirar, observar de nuevo.

 

Atendiendo al hecho de que fotografiar es dibujar con luz, va a ser esta misma la coprotagonista del elegante resultado obtenido, pues a base de contrastes se va creando un universo nuevo, lleno de sutilezas, donde las luces y la sombras se mecen suavemente. Su compañero de liderazgo es el color, el gran compositor de imágenes, de ritmos, incluso de sensaciones. A veces parece que se pueda sentir una cálida tarde de verano que se filtra a través de las persianas o el suave pendular de las briznas de hierba de un atardecer otoñal.

 

Las técnicas manuales, en este caso el grabado, aportan calidez a la obra, detenimiento, fruto de ese buscar los pequeños resquicios donde detenerse a mirar. Una tarea más elaborada, más lenta y ardua, que exige minuciosidad y delicadeza. Es aquí donde texturas y superposición de elementos son los responsables de esta armonía a base de contrarios que rezuma esencias nuevas.

 

Es especialmente destacable el factor preciosista en la obra de Judith López Borobio pero también el coherente, esto es, la búsqueda de un soporte más afín al objetivo fijado. Si bien al inicio de su investigación la artista se limitó al papel, aunque de diferentes gramajes para enfatizar la calidez que preside su obra, van a ser luego el látex y el textil los encargados de difundir esa aparente fragilidad que recorre toda la muestra. Imágenes transferidas en otros soportes, más livianos, más endebles, pero que potencian el resultado obtenido: lo volátil.

 

Yendo un paso más allá, esta sesuda investigación apuesta por la mimetización con el ambiente. Transferidas las imágenes arquitectónicas a este nuevo soporte, el textil, la obra se traslada al medio natural para que interactúe con él. Colgadas de las ramas de los árboles, grandes telas verticales cuelgan livianas, casi temerosas, mientras los ramajes que pueblan su retaguardia filtran sus sombras y se plasman, se funden, con la imaginería urbana. Es entonces cuando el propio medio natural se convierte en arte.

 

Todo lo que baña la luz invita al deleite, a ver de otra manera, al detenimiento, a ver las cosas que tenemos con nuevos ojos. López Borobio recoge lo mejor de los dos mundos, el rural y el urbano, con una calidez semejante al efecto de la luz bañando el rostro en una mañana de primavera, dándole otra forma y otro sentido a lo que conocemos, llegando a todos los rincones posibles de una manera apaciguada, sin hacer ruido pero sí mella.

 

Norma Blanco

 

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