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Invocar lo humano.

ANDREA SANTOLAYA

COMISARIADO DE ALBERTO FERNÁNDEZ R.

A finales del siglo XV, en su tercer viaje al continente americano, Cristóbal Colón vislumbró por primera vez el delta del Orinoco, la desembocadura de ese río caudaloso en el océano Atlántico. Más de 500 años después, Andrea Santolaya (1982) llegó a ese mismo punto del nororiente de Venezuela para realizar otro de sus proyectos artísticos. Aunque entre ambas historias hay grandes diferencias, esta comparación sirve para hacerse una idea de la forma de ser y la manera de mirar de Santolaya: es una artista con alma de exploradora. Se adentra en tierras que no le pertenecen por esa urgencia que siente de contar historias, si bien al final, de alguna u otra manera, termina por hacerlas suyas. Su trabajo emerge de la conexión que ella establece con el otro, o al menos eso sugieren fotografías como las de las mujeres indígenas de la comunidad Warao sumergidas en el agua.

 

Precisamente, la colección de imágenes que ha acumulado con los años resulta tan maravillosas por todo lo que sugiere. John Berger plantea que el atrayente secreto de la fotografía radica en que «lo que muestra invoca lo que no muestra». Muy relacionado con el punctum de Roland Barthes, ese detalle que «sale de la escena como un flecha y viene a punzarme». Pues las de Santolaya muestran a personas posando ante la cámara de fotos, escenas de gente común que tienen el poder de invocar todo tipo de sentimientos y sensaciones relacionados con la humanidad; ahí su punctum.

 

La humanidad que revela un rostro, con todos sus matices y misterios, es lo que más atrae a su mirada. Ya sea que se trate de los boxeadores de la liga amateur de Nueva York, los integrantes del ballet Mikhailovsky en Rusia o los recios habitantes de la selva venezolana. A ella le interesa develar esa condición gaseosa que hace persona al hombre, esa zona a mitad de camino entre lo espiritual y lo corpóreo que nadie sabe qué es con exactitud y, por lo tanto, resulta tan difícil de definir con palabras. Se trata de un objeto resbaladizo que intenta capturar a través del retrato, ese género mitificado por Rafael, Rembrandt, David y Goya, que desde mediados del siglo XIX migró definitivamente de la pintura a la fotografía.

 

Los retratos constituyen el argumento central de esas historias que quiere contar, siempre en forma de reportajes gráficos, y alrededor de ellos flotan otras instantáneas con ciertos datos que complementan la comprensión de esas personas, tal y como ella lo explica: «Es como si la fotografía fuese literatura. Tienes palabras, comas y puntos que vas poniendo juntos para conformar una frase. Esa frase junto a otras conforman un párrafo y ese párrafo junto a otros es ya una historia. Entonces, hay fotos que son palabras y fotos que son comas y puntos».

 

El retrato es su herramienta natural. Esto está relacionado, seguramente, con su habilidad para moldear este género a la medida de sus intereses y su capacidad para conectar con la gente. La primera es una herencia de sus años en la Facultad de Bellas Artes y del trabajo con maestros como Alberto García-Alix, mientras que la segunda es un rasgo innato de su personalidad.[1] Sacándole el máximo provecho a la combinación de ambas, se interna en todo tipo de escenarios sociales siguiendo un método de trabajo que recuerda al de Disdert y las Tarjetas de visitas, en el sentido de hacer su presencia casi invisible –él utilizaba una cámara tan pequeña que apenas se percibía, ella convive con sus personajes hasta resultarles familiar– y componer la imagen con los más diversos elementos relacionados con el retratado.

 

Así son los viajes de Santolaya, la artista que se inmerge en los parajes externos e internos del ser humano. Francisco Calvo Serraller, refiriéndose a García-Alix, escribe: «lo que hace de un artista un artista de verdad no es nunca lo que ya ha hecho o encontrado, sino lo que le queda aún por hacer o descubrir». Y así como la de su mentor, su aventura por el mundo parece infinita, no hay límite para las historias que pueda llegar a contar con sus retratos de gelatinobromuro de plata. Por eso no hay duda de estar frente a un artista de verdad.

 

Alberto Fernández R.

Julio 2015.

 

 

[1] Santolaya realizó toda la fotografía fija de El honor de las injurias, documental sobre la vida del anarquista Felipe Sandoval dirigido por García-Alix.

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