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SOBRE REBECA KHAMLICHI

 

Rebeca Khamlichi (Madrid, 1987) no es una pintora. Es una forma de pintar.  En su universo conviven a codazos el diseño gráfico y la iconografía religiosa del siglo XVII, los dibujos animados y Michael Haneke, el rosa chicle y las Pinturas Negras de Goya, el Superflat y la copla: algo así como si Doña Concha Piquer se arrancara por haikus.

 

Tiene un galgo con nombre de persona, una gata con nombre de fruta y una casa con nombre de medio de transporte.

 

Pinta en Madrid en una terraza con vistas a los tejados del barrio de Lavapiés. Y lo hace, dice, porque- de momento- los acrílicos se dispensan sin receta médica”.

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Así se describe Rebeca en su página web. Yo diría que en esas palabras, aparentemente trabajadas, se resume toda su obra. “Aparentemente trabajadas” porque tras ver varias de sus entrevistas uno se da cuenta de que es así de especial, de original, de poco común en todos los aspectos de su vida. Y del mismo modo que todos los perros se parecen a sus dueños, todas las obras de arte se parecen también a los suyos.

 

Pero, ¿Cómo explicar la obra de esta artista sin caer en tópicos? Pues muchos son los adjetivos que se han utilizado para describir esas controvertidas piezas: surrealistas, fantasiosas, ácidas, críticas, de inocencia disfrazada y humor adulto, o llenas de bizarrismo, son algunos de los muchos que podemos encontrar, y no con ello quiero decir que sean poco acertados, puesto que se acercan bastante a lo que su obra es. Sin embargo, por muchos adjetivos que se utilicen es difícil llegar a explicar fielmente lo que esas vírgenes, escenas cotidianas y corazones particulares nos quieren transmitir. Y por ello creo que la mejor forma de entender su obra sería rescatando lo que ella misma dice.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No busco profundidad en mi mensaje. La idea original suele proceder de un chiste visual, de una ironía, de un juego de palabras. A partir de ahí lo que salga, pero sin ninguna regla: la única exigencia es que la ejecución sea perfecta para mí, el color normalmente lo más plano posible y la línea obsesivamente limpia”.

 

“El aroma a <lienzo nuevo> es como mi magdalena de Proust. Es sin duda el olor que más me recuerda a casa”

 

“Mis pinturas son una mezcla entre el manga y la copla”

 

“Mi mensaje siempre es la tristeza. Detrás de todo hay un poso de amargura y de ternura hacia el amargado”

 

“El arte es un cadáver que huele de maravilla”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Marina P. Villarreal

 


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