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Con estas palabras describía Kandinsky sus primeras impresiones ante uno de Los montones de heno de Monet que pudo ver en una exposición francesa en Moscú en 1895. Aquel mismo año el artista ruso visitaría una representación de Wagner en el Teatro Imperial de Lohengrin, donde la energía y fuerza de la música arrastraron todos sus sentidos hacia la explosión cromática de los paisajes de Monet. Una sinestesia espectacular.

 

Este fue el primer acercamiento del artista hacia esa muerte del objeto y el paso a la abstracción, la cual no alcanzaría hasta 15 años más tarde, cuando creó su primera obra abstracta, liberada de esa naturaleza figurativa y concreta, fruto del espíritu, lo instintivo y la expresión del ser. Fue también su primera experiencia sinestésica en la que se reunían música y arte, una relación que le haría dar un paso de la música a la tonalidad plástica.

 

130 años después, en el estudio de Pachuca Sotomayor sucede una experiencia parecida, en la que se produce una especie de baile en el que la música pretende ser cromática y la pintura pretende ser sonora. De fondo se oyen las sonatas de piano de Mozart, pero también las piezas románticas de Schumann y Brahms.

 

Sotomayor se pone las bailarinas de artista y se sube al escenario, a ese lugar de paz y limerencia creativa en el que comienza la danza junto al cuadro. Ambos dirigen. Él le pide color, ella le da una armonía de terracotas en formas geométricas fluidas o un contraste disonante entre azules celestes y rojos bermellones con líneas tensas y serpenteantes pero que nunca pierden el ritmo. Él le pide volumen, más movimiento, ella tira el pincel y le ofrece tierra, tela, arenas, madera, tacto. Él le pide aire, no puede respirar, ella lo abre, le deja un pulmón, le da lirismo, le da vida.

 

En ese baile entre artista y obra, música y pintura, textura y color, se perciben numerosos ecos a través del tiempo. Sin irnos más lejos de nuestras fronteras, nos encontramos con el informalismo abstracto de El Paso, grupo del cual Pachuca se declara profunda admiradora y del informalismo matérico de Antoni Tàpies. La materia y la textura se imponen sobre la forma y la línea y la pintura se transforma en ese baile continuo que hace prolongar el cuadro en todas las direcciones, enmarañándose y olvidándose de otorgar centro alguno al cuadro. Pachuca prosigue las investigaciones sobre materia pictórica como medio expresivo artístico: utiliza diferentes lienzos, arpilleras y telas, incluso antiguos sacos de café de cuba, los deshilacha y los vuelve a coser, los deconstruye en cierta manera; maderas que encajan tan armónicamente que pasan desapercibidas a primera vista y que logran que su sombra se integre también en la pintura;  arenas de múltiples lugares (de Lanzarote, Portugal, Cádiz, Ibiza, Cancún, Dubai, Florida, Kenia…), preservando cada una de ellas un color, una textura y un brillo diferentes y reflejando así distintas luminiscencias, consiguiendo un reflejo del mundo.

 

Tras toda esa mezcolanza de texturas, comienza el jazz americano, y si se había dado previamente una danza de improvisación e intuición, llega el momento de clímax de espontaneidad, exceso, vitalismo y libertad. Vemos el dripping pollockiano que consigue unir todo el cuadro, consiguiendo en ese caos de texturas y colores una armonía que parece regulada pero avasalladora. Pintura de acción como la del grupo de expresionistas abstractos americanos, quienes veían la pintura como un acto moral, un juego libre de concesiones mutuas, una expresión de las experiencias del mundo.

 

Al mismo tiempo, su simbología y ciertos motivos traen a la mente el automatismo rítmico de Joan Miró. Siendo el surrealismo un estilo considerado figurativo y lejano al expresionismo abstracto, en la obra de Sotomayor podemos ver cierta simbología y formas inconscientes que van apareciendo entre sus colores táctiles. Algunas se las pide su subconsciente, otras se las pide el cuadro. Quizás en las formas que consigue con el dripping negro final, en las geometrías y líneas ondulas que se deslizan sobre el cuadro, o en el arrebol que consigue con los rojos y el cobalto de los azules.

 

Pero, no obstante, y hablando ahora de color, en algo se diferencia la obra de Pachuca de todos estos ecos mencionados. Y, precisamente es, en que le añade otro eco más: la explosión cromática tormentosa y la musicalidad de Kandinsky.

 

La paleta extensísima de colores que utiliza Pachuca podría resultar caótica y disonante y, sin embargo, al igual que el pintor ruso, la artista ha conseguido encontrar el equilibrio armónico entre las líneas latigueantes, las grandes orquestaciones de texturas que se entrecruzan, el simbolismo intuitivo que va floreciendo en ocasiones y la batalla cromática que parece disputarse el arcoíris. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                La creatividad es la capacidad de reaccionar ante estímulos externos, ante todo lo que nos rodea, 

de elegir entre cientos de posibilidades de pensamiento, sentimiento, acción y reacción, que surgen en nuestro interior y

reunirlo todo en una singular respuesta, expresión o mensaje que posea impulso, pasión y significado.

 

                                                                                                                                                                         Clarissa Pinkola

 

Pachuca explota esos estímulos intrínsecos de los que habla Pinkola y a través de la idea, del estímulo, de la acción, de la pintura, de la música y del arte, crea su propio mensaje apasionado e impetuoso. No nos muestra sus Procesos como un objeto al que mirar y admirar en la distancia, sino que tanto la artista como la obra nos invitan a su danza, a adentrarse en su desmesura y entregarse a ella locamente.

 

Luis Feito, componente del grupo El Paso y también amante de las texturas arenosas y oleosas hablaba de ese aleatorio mensaje, de la subjetividad de la pintura y de la libertad de lectura del espectador: “la pintura tiene valores propios y claros para producir emociones y sentimientos sin representar o simbolizar nada, cada espectador puede sentir una impresión distinta incluso a la del pintor”.

 

Y, como declararía de nuevo Kandinsky, “es imposible reproducir con palabras lo esencial del color”, todas estas líneas son vanas relatoras de lo que la obra de la artista nos regala a los ojos. La exposición nos invita en este Otoño Musical Soriano no sólo a ver, sino a beber, escuchar, tocar y respirar la pintura plena de musicalidad y tacto que ofrecen los Procesos de Pachuca Sotomayor.

 

Esperamos que disfruten de la exposición y que, si pueden, se unan a este baile melifluo pero febril que se presenta perenne bajo el comienzo de esta estación musical caduca.

 

 

 

Laura Jiménez Izquierdo

Septiembre de 2015

 

Sentía oscuramente que el cuadro no tenía objeto y notaba asombrado y confuso que no sólo me cautivaba, sino que me marcaba indeleblemente en mi memoria y que flotaba, siempre inesperadamente, hasta el último detalle ante mis ojos. (…) comprendí con toda claridad la fuerza insospechada, hasta entonces escondida, de los colores, que iba más allá de todos mis sueños. De pronto la pintura era una fuerza maravillosa y magnífica. Al mismo tiempo e inevitablemente se desacreditó por completo el objeto como elemento necesario del cuadro.

 

Wassily Kandinsky, Mirada Retrospectiva (1913)

Exposición física en:

Palacio de la Audiencia de Soria (Plaza Mayor de Soria).

Del 10 de septiembre al 9 de Octubre. 

Reunited

PACHUCA SOTOMAYOR

COMISARIADO DE LAURA JIMENEZ.

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