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The destroyed room.

COMISARIADO DE CLARA ISABEL ARRIBAS Y FERNANDO ROMERA

música si no de artes visuales, aunque sí que podemos trazar una serie de paralelismos. Aquí vamos a ver obras inéditas de este artista, de hecho la mayoría lo son, pero quizá lo más relevante de este proyecto es que todas las obras que lo integran han sido destruidas. Cuentan que Francis Bacon, antes de ser mundialmente reconocido, en un determinado momento destruyó toda la obra que había realizado hasta entonces para comenzar de cero, en este caso no se trata de una postura tan radical, sino de algo más prosaico; la pulsión creativa de este artista, unido a la dificultad de almacenar gran cantidad de obra, lo llevó a pintar una y otra vez sobre los mismos soportes, creando obras nuevas al mismo tiempo que desaparecían otras.

 

El realizar una exposición virtual de pintura ofrece una paradójica oportunidad: mostrar obras que físicamente ya no existen, de las que solo nos queda el registro fotográfico. Las piezas que aquí podemos ver (fechadas entre 2003 y 2007) estaban condenadas a quedar almacenadas en el archivo personal del artista, hasta que surgió este proyecto. Tanto él como yo pensamos ¿para qué hacer una exposición de obras que se pueden ver en una muestra convencional? ¿por qué no aprovechar las ventajas que supone una exposición virtual frente a una real?.

 

Clara Isabel Arribas Cerezo

JUAN GIL SEGOVIA

El proyecto “The Destroyed Room” de Juan Gil Segovia toma su nombre del disco del mismo título de la mítica banda Sonic Youth, una recopilación de rarezas, caras B y material inédito desperdigado por la longeva trayectoria del grupo. La imagen de portada es una fotografía de 1978 (también con el mismo título) del artista canadiense Jeff Wall, que muestra una habitación literalmente masacrada. Este es un ejemplo más de la querencia del grupo por la utilización de imágenes de artistas prestigiosos para las cubiertas de sus álbumes, recordemos que Gerhard Richter, Raymond Pettibon o Mike Kelley ya ilustraron los discos “Daydream Nation” (1988), “Goo” (1990) y “Dirty” (1992) respectivamente. Estas contaminaciones músico-pictóricas son normales para el propio artista, que declara tener música siempre puesta en el estudio, de ahí que terminen colándose referencias musicales en su obra; el disco “Bossanova” de los Pixies o el grupo de culto “Esplendor geométrico” (nombre sacado a su vez de un poema del futurista F. T. Marinetti) dan título a dos de sus obras o el nombre de la exposición “El muchacho electrográfico”, celebrada en el Espacio Permanente de Arte Experimental de la Universidad de Salamanca en 2006 (en la que había cuadros como “Siniestro total”), que es una modificación del título del disco “El muchacho eléctrico” (2005) de Jaime Urrutia, el que fuera cantante de Gabinete Caligari.

 

En el caso de Juan Gil Segovia no podemos decir que se trate  de un disco de rarezas, empezando porque aquí no hablamos de 

Exposición

ahora cómo Siniestro Total, uno de mis grupos de cabecera en mi juventud terminó haciendo algo parecido en sus últimos discos, reformulando frases extraídas de películas, abriendo, como siempre hizo, una vía de crítica social ochentera y moderna. Y si Juan ha elegido estos símbolos de nuestra cultura reciente es porque esta nueva generación de artistas que llega ha redescubierto algo que habíamos olvidado ya o estábamos a punto de olvidar. A mirar en nuestras propias ruinas de forma creadora a tratar de recomponer  nuestro espacio simbólico tras la urgencia post-moderna.

 

La mirada de Juan es, pues, una mirada crítica hacia este momento reciente de creación artística en la que lo cambiante y lo instantáneo parecen haberse convertido en fuentes también de consumo inmediato. Grandes coleccionistas que buscan rentabilidad urgente, galerías y galeristas volcados en el mercado… No es difícil decir que hay una porción no pequeña de mentira en nuestro arte contemporáneo. ¿Pero no la ha habido siempre? ¿No hay en la ironía de los grandes creadores de la historia, un cierto punto de ironía hacia la situación cultural de su tiempo?

 

Seguramente también la podamos encontrar en los cuadros de esta muestra, esa sonrisa que es a un tiempo distanciamiento y crítica. Y debemos leerla tratando de unirnos a ella como cómplices de un tiempo y de una manera de reconocernos en él, a pesar de que sea, este mundo nuestro, especialmente urgente y efímero. Ya lo decía Burroughs: nuestro conocimiento sobre lo que está pasando es sólo superficial y relativo.

 

Por ello creo que esta nueva exposición de Juan tiene mucho que decir sobre su proceso y evolución creativa y tendrá mucho que decir en el futuro. Porque tras estos ensamblajes de nuestro tiempo y estas pinturas hay una reflexión profunda acerca de nuestra historia cercana y de nuestra cultura.

 

Mirada crítica e irónica la que se reconoce en estas obras y que hemos de considerar como un intento por crear un mundo creador personal y cultivado. Nadie en su sano juicio puede obviar que sólo podemos acercarnos a nuestro tiempo con una perspectiva tal.

 

A partir de ahí, sólo cabe la incorporación al torrente de la mercadotecnia o la sutil y lejana perspectiva del artista, no necesariamente incompatibles. Juan ha elegido esa mirada cultivada que resume muchos artistas precedentes y ha sabido ver en la Historia del Arte y en nuestro propio tiempo la huella del hombre de hoy, algo no muy fácil cuando late tras de sus cuadros una sutil señal de desapego ante un mundo que cruza muy deprisa.

 

Fernando Romera

Lo que haya de humano en nuestras ruinas, en lo que nos delata en nuestras obras perdidas u olvidadas es algo que parece no interesarnos siquiera a nosotros mismos. Es sorprendente que no seamos capaces de reconocernos en nuestros propios desechos. Porque dejamos huellas en cada uno de nuestros actos de humanidad, que van desde los envoltorios callejeros hasta nuestra vieja ropa.

 

Hay algo lírico en todo esto, una especie de poesía que no seremos, claro está, los primeros en descubrir. ¿Qué hay tras los restos del naufragio sino la vida de un náufrago? Decía que no somos los primeros en descubrirlo. Schwitters, dadaísta epigonal hizo de sus obras un gran assemblage de desperdicios, restos usados; precisamente todo aquello que es permanentemente olvidado o despreciado: billetes de autobús, cartas antiguas, prospectos, entradas de espectáculos… En los Estados Unidos, fue Robert Rauschenberg quien, aplicando estas mismas técnicas impregnase sus obras de un sentido parecido.

 

Tras todo esto se encuentra un vasto pero inteligente sentido de nuestra cultura occidental. Hemos pasado de las viejas ruinas del mundo antiguo a nuestras más modernas del desperdicio, del consumo o de la basura. En la inmediatez de nuestra historia hemos ido dejando un rastro ampuloso que el arte no ha podido pasar por alto durante todo el siglo XX. Y sería exagerado decir que lo que llevamos del XXI ha hecho ya algo digno de diferenciación.

 

Recogiendo estas dos ideas anteriores, sería interesante reflejar qué cosa sea esta lírica tan naturalista. Rauschenberg, decía antes, había creado un concepto de combinación en el que se recogían los elementos simbólicos que nos rodeaban y que formaban parte de esa cultura del “usar y tirar”. Claro está que, tras aquellos símbolos esenciales se encontraba algo que parecía pasar de largo antes de su reunión en una obra de arte: que su última significación simbólica era la de una vida, una idea o una señal de humanidad. Todo este panorama artístico daría más tarde lugar a toda la tendencia, fundamentalmente norteamericana, del Pop-art y se encontraría, en alguna medida, en la línea de lo que en la literatura de aquel país se conoció como generación o grupo Beat, con Burroughs, Bukowski, Kerouak o Ginsberg, autores que, me consta, interesan mucho a Juan Gil Segovia.

 

Esta estética era, fundamentalmente, libre. Pero entendiendo esta palabra como una auténtica libertad creadora, a la manera de los músicos de Jazz en las Jam Session, automática, rápida y urgente. Y Juan tiene, en sus obras, esta misma manera de eficacia artística. Sobre los restos de la cultura reciente, ha sabido unificar, no solo materiales, sino también técnicas que nos deparan la sorpresa de reinventar nuestro tiempo histórico sobre símbolos que se apagan –podríamos hablar aquí del significado último que tienen las transferencias de imágenes del objeto al lienzo-. Recuerdo aa....

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