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La obra de arte no debe de ser la belleza en sí misma, o está muerta; ni alegre ni triste, ni clara ni oscura, regocijar o maltratar a las individualidades sirviéndoles pasteles de las aureolas santas o los sudores de una carrera arqueada a través de las atmósferas.  Una obra de arte jamás es bella, por decreto, objetivamente, para todos.

 

Tristan Tzara, Manifiesto Dadaísta, 1918.

 

 

Dos años antes de que el excéntrico poeta rumano, máximo exponente del Dadá, declarara la muerte de la belleza objetiva y de toda convención establecida con respecto al arte, abría sus puertas en Zúrich el famoso Cabaré Voltaire. Hace ya 100 años que entre el humo, el olor a café y a absenta, las notas musicales aleatorias y las risas que embriagaban la realidad paralela de aquel recóndito e irracional cabaret, se empezaron a levantar las voces de artistas, escritores, músicos y pensadores que reclamaban el azar como recurso operativo, la revolución a la máquina, la constante negación y la inclinación hacia la duda y la espontaneidad. Una tónica general de rebeldía que exponía que cualquier persona puede ser artista y cualquier material puede ser utilizado creativamente; que llamaban al individuo a estar en constante cuestión, a ser escéptico, a olvidarse de la belleza objetiva, eterna y perfecta. 

 

Ese mismo año, en 1916, Kodak lanzaba su primera cámara telemétrica: la cámara Kodak Autographic Special 3ª. Aquella compañía de equipo fotográfico que ya en su nacimiento en 1888 acuñó el lema “Usted aprieta el botón, nosotros hacemos el resto”, quería democratizar la fotografía y facilitar su uso todo lo posible al comprador. Con novedades tecnológicas como el telémetro incorporado en aquel momento, Kodak quería mejorar la luminosidad, claridad, definición, rapidez y calidad de sus fotografías. En definitiva, reducir todo lo posible la posibilidad de error de la imagen. 

 

Kodak lo consiguió (y Canon, Nikon, Sony, etc.). Hoy en día casi todo el mundo tenemos, si no es una cámara de fotografía propia, un teléfono móvil con cámara integrada. Esta además cuenta con todas las facilidades para que el disparo sea lo más sencillo posible.

 

Pero tanto las cámaras como los ordenadores llevan consigo unas instrucciones y patrones a seguir, lo que conduce a que utilicemos la máquina como si fuéramos también máquinas, sin salirnos del manual o de la regla. Ante esta época de revolución tecnológica y democratización del uso de la fotografía y los ordenadores, algunos artistas han empezado a experimentar y a trabajar fuera de las líneas “correctas” de funcionamiento de estas máquinas.

 

Dos de esos artistas que hacen caso omiso de ese “usted aprieta el botón, nosotros hacemos el resto” son Anabel Maldonado (Madrid, 1990) y Guillermo Latorre Plaza (Madrid, 1980). Ambos se encuentran dentro de esta corriente del glitch art, o arte del error, en la que valiéndose del azar, de la estética del error o de los “bugs” digitales, crean deconstrucciones en las que todos estos (im)perfectos contratiempos dan resultados diferentes, fuera de lo establecido como ”correcto”.

 

Por un lado, Guillermo Latorre presenta su serie C_MOS IS DEAD, en la cual se vale del fallo tecnológico del sensor C_MOS de su cámara fotográfica para dejar que el azar, el accidente y el error de los últimos estertores creen una imagen híbrida, de estética aleatoria y glitch. Podemos ver imágenes que a algunos les recordarán a la última foto errónea de sus antiguos carretes analógicos en la que solo se veía un fondo negro con alguna línea o mancha (que, por supuesto, era desechada), también imágenes borrosas y muy movidas en las que difícilmente puede distinguirse algo. Son, en definitiva, imágenes abstractas que además son presentadas en formato cuadrado, relacionado en artes visuales con el equilibrio y la perfección generalmente, lo que les proporciona una armonía y un equilibrio inesperados.

 

 

Estéticas (im)perfectas del Glitch.

ANABEL MALDONADO Y GUILLERMO LATORRE PLAZA

 

COMISARIADO DE LAURA JIMÉNEZ IZQUIERDO

Biografías:

 

Anabel Maldonado (1990) es licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Granada y graduada en Diseño Gráfico en el IED Madrid. Ha expuesto colectivamente con lagaleriadelamagdalena en Arco Tangente, Museo Cerralbo o Galería Movart (Madrid, 2015), en Centrocentro del Palacio Cibeles (Madrid, 2015), en  Bilbao Arte (Bilbao, 2016) o en Festa Spagnola (Roma, 2012). También ha participado en diferentes ferias como We are Fair (Madrid, 2016) o Cultur3 Club  (Gijón, 2015) y ha conseguido premios como el Accésit Talentos Design’13 del Banco Santander y Universia. Actualmente vive y trabaja en Madrid donde compagina su trabajo como diseñadora con la creación artística.

 

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Guillermo Latorre Plaza (Madrid, 1980) es licenciado en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid y Máster Internacional de Fotografía en la escuela EFTI de Madrid. Ha expuesto colectivamente en Mucho Futuro (EFTI, Madrid, 2010), Fototalentos 2010 (Univerisidad de Gerona, 2010) o en la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla (Madrid, 2010). Su obra forma parte de colecciones como en la Universidad Complutense de Madrid o en el Archivo de la agencia EFE. Actualmente vive y trabaja en Madrid, compaginando su trabajo artístico con las actividades de la asociación cultural La Nevera de Lavapiés.

 

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La manera de trabajar de Anabel Maldonado es un tanto diferente. La artista no es fotógrafa al uso, ni trabaja con una cámara fotográfica. Su serie Sin título son un conjunto de imágenes realizadas a través de código digital. Experimentando con comandos de Pixel Sorting y Processing dentro de programas de edición del ordenador, Anabel produce una secuencia infinita de imágenes únicas a tiempo real. Como si fuera una conversación entre las decisiones aleatorias y “erróneas” de la computadora y las de la artista, consigue unas composiciones abstractas de conjuntos de píxeles cromáticamente armónicos. Muchas veces las formas y colores se asemejan a infinitas galaxias o a los arreboles de las puestas de sol, otras a diseños psicodélicos del Op Art o a composiciones clásicas del expresionismo abstracto matérico.

 

Ambos artistas han nacido y crecido dentro del contexto del arte digital y utilizan un lenguaje en el que el azar, el accidente y el error tecnológico son el modelo, referente y tema fotográfico de su trabajo. Exploran esta estética del glitch, la relación de la imagen digital con la pintura abstracta. Es importante recordar que este error, este glitch en cada una de las obras, es una circunstancia imprevista y aleatoria, única e instantánea, y por lo tanto irrepetible. Una manera de volver lo automático y “en serie”, en singular y exclusivo.

 

Se añade así cierto aspecto salvaje, incierto y falible dentro de los “perfectos” ordenadores y equipos fotográficos. Es una rebelión a las máquinas, una reivindicación de la fragilidad tecnológica, una invitación al escepticismo y un levantamiento contra el “positivismo digital”. Comparten con el dadaísmo su actitud cínica y nihilista ante la máquina, el uso del azar y el error como recurso operativo; la defensa de la libertad del individuo y la espontaneidad, lo aleatorio y contradictorio y la victoria de la (im)perfección sobre la perfección. Al igual que el sensor C_MOS de Guillermo, la belleza objetiva y la idea de la imagen perfecta han muerto.

 

La verdad es que me imaginaría en el Cabaré Voltaire celebrando su centenario, tomándome un café, o quizás un gintonic, con Guillermo y Anabel, o en cualquier cafetería un tanto estrambótica de Madrid, viendo como en el resto de mesas la gente pelea con sus móviles para hacerse una “selfie” perfecta y borrando todas las fotografías fallidas. Mientras, en nuestra mesa, ellos comentarían junto a su cámara con el sensor roto y el ordenador con la ventana de comando de Pixel Sorging llena de números indescifrables lo interesante e (im)perfecta que ha resultado la última fotografía borrosa que han disparado. Definitivamente, me gusta más la atmósfera errónea y aleatoria que se respira en nuestra mesa.

 

Laura Jiménez Izquierdo

Septiembre 2016

GUILLERMO LATORRE PLAZA

ANABEL MALDONADO

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