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Raro es el individuo en el que no se presenta a lo largo de su vida un sentimiento de incertidumbre relacionado con el hecho de intuir que el fin del mundo puede producirse en cualquier instante. Si difícil es responder a las cuestiones que conciernen acerca del origen del entorno que conocemos, no es más sencillo pronosticar cómo acabará el mismo. Supongamos que realmente el temido “apocalipsis” sucede, y que, por suerte o desgracia, hemos de enfrentar dicho acontecimiento como uno de los escasos supervivientes; bajo esta premisa se genera Ardentía, la inquietante obra del artista Javier Amores. 

 

Las imágenes que forman parte de esta muestra exhiben concisos relatos referidos a la creación de una serie de no-muertos, seres poseídos por un impulso de locura generado tras perder su humanidad. Nos encontramos ante unos sujetos deformes y monstruosos que deben dejar atrás su propia presencia haciendo frente a las circunstancias de su nuevo y disparatado entorno. Michel Foucault en su curso sobre Los anormales expone que “el monstruo humano combina lo imposible y lo prohibido”, es por ello que aparece la imagen atroz que ofrece su figura última, en contraste con la belleza del inmortal mundo frágil. En definitiva, el rostro sereno que cada uno de nosotros compartimos con la sociedad puede trastocarse de inmediato en el rostro de la muerte; no es tan imposible que la identidad pueda sufrir una agresión externa, un fin del mundo metafórico, que, en consecuencia, nos termine transformando en dicho monstruo.

 

El ser existe para morir, Haruki Murakami dijo “todo pasa. Nadie tiene algo para siempre. Así es como tenemos que vivir”; sin embargo, subsistir conociendo esta sentencia se vuelve un arduo ejercicio. En nuestro día a día residimos dentro de una sociedad distópica, un entorno caduco donde el tiempo siempre se nos agota. Lo sublime toma entonces relevancia dentro de cada ser, lo escatológico, la ruina, el hecho de imaginar lo que supone el devenir: la inevitable degeneración de nuestro entorno, de nuestro cuerpo y de nuestro yo.

 

 

Ardentía.

JAVIER AMORES

COMISARIADO DE MARIO ORTEGA

Ardentía trata de aportar un enfoque subjetivo, polisémico y fragmentario a través de diversas letanías, presentando una serie de individuos decadentes y expuestos al dolor que supone la pérdida de la razón. En las fotografías, aparece sin tapujos la desgracia de unos seres desesperados cuyas tragedias les convierten en “monstruos” y les obligan a mostrar todo aquello que esconden en su interior, pero que solo ante una catástrofe de tales dimensiones se ven forzados a revelar -al igual que la ardentía muestra la sublimidad del mar sólo en ciertas ocasiones y en las olas más agitadas-. Este trabajo dispara en la falsa apariencia que rodea la existencia humana como alegoría de lo más disparatado de nuestra propia identidad. Su fin es encontrar la mella que la desolación ha dejado en el cuerpo, rostro y carácter del individuo, y cómo este se enfrentaría a una situación de enajenación extrema, personificando este hecho en el monstruo sucumbido ante la dura existencia.

 

La imagen resultante seduce por el horror de la tragedia, por el morbo de lo peligroso, y porque, pese a las máscaras que cubren a los retratados, estos parecen implorar ayuda. Precisamente el hecho de cubrirse el rostro se convierte el uno de los puntos básicos de la argumentación teórica de este trabajo. La máscara de gas que portan todos los personajes puede desempeñar el rol del escudo que protege de los peligros externos, pero además oculta las debilidades y la locura de aquel que se ha convertido en superviviente; la necesidad de cubrir el rostro alude a la urgencia de ocultar las miserias. En definitiva, la muerte del rostro es en sí la muerte del hombre. Entonces, el individuo se ve abocado a ocultarse forzosamente para no mostrar su desgracia. La necesidad de emplear la máscara ante un entorno postapocalíptico hace que surja un nuevo yo sin integridad ni humanidad, pero con un relativo grado sobrenatural -la máscara es la cara que la imaginación atribuye a un ser taumatúrgico-, cercano al de un dios que se eleva sobre el destino de los demás, lo cuales perecieron en el caos, apropiándose así de la propia idea de muerte.

 

Mario Ortega

 

Marzo 2016

 

Biografía:

 

Javier Amores (Salamanca, 1987) es fotógrafo y comunicador visual además de artista. Su primer acercamiento a la fotografía acontece durante el periodo que pasa en la Escuela de Artes y Oficios realizando el Bachillerato de Artes. Perfeccionará esta técnica al completar los estudios de Formación Profesional de Imagen y Sonido en el IES Rodríguez Fabrés, y unos años más tarde con los de Gráfica Publicitaria. En la actualidad es estudiante del grado en comunicación audiovisual impartido por la Universidad de Salamanca. Los diversos conocimientos y técnicas que ha ido adquiriendo a lo largo de estos años pueden verse plasmados en su carrera profesional; su fotografía es reflejo de un estilo personal e introspectivo, así como de su desencanto con el mundo.


Respecto a su experiencia profesional cabe mencionar que, pese a que actualmente trabaja como freelance, ha trabajado y colaborado con empresas como: Biderbost, Boscán y Rochin (BB&R), la Escuela Superior de Diseño e Ingeniería de Barcelona Elisava, la Red Nacional de Fotógrafos (RNE) y el diario La Gaceta de Salamanca, entre otros.


Quizá logró Javier su mayor experiencia artística gracias a la obtención del primer premio en el concurso Jóvenes Creadores organizado por el ayuntamiento de su ciudad de origen, Salamanca, con el proyecto llamado “Nearest future”; permitiéndole así participar en la Bienal de Jóvenes creadores de Europa y del Mediterráneo del año 2007.

 

Las imágenes creadas por Javier Amores combinan una serie de desgarradoras experiencias extrañamente familiares al ser humano. Su dura visión de una existencia cruel que arranca la piel a jirones a aquellos que osan sobrevivir es reflejada en los desesperados protagonistas de sus obras. En cada una de sus representaciones, la identidad reclama el papel principal y su continuo cuestionamiento induce al espectador a entrar en conflicto con el entorno en el cual nos relacionamos y nos sentimos seguros. Su fotografía parece humo y cristal, los contornos definidos enmascaran una suciedad vaporea que proporciona una atmósfera pavorosa a cada instante retratado.

 

Para generar los conceptos en los cuales se asienta Ardentía, Javier Amores ha trabajado junto a Mario Ortega (Salamanca, 1988); un joven historiador del arte -graduado por la Universidad de Salamanca en el año 2015-, que apoya con sus conocimientos teóricos las propuestas desarrolladas por el fotógrafo. En la actualidad Mario hace labores de comisario de manera independiente, a la vez que colabora con diferentes blogs, revistas y galerías. Ambos se sienten atraídos por lo sublime, la melancolía domina su temperamento y lo oscuro despierta su atención, y quizá sean estos los motivos por los que este trabajo muestra un total desencanto con el mundo que les ha tocado vivir. Es complicado mostrar una visión diferente del mismo si esta es generada por la unión de dos mentes dominadas por Saturno.

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